enero 07, 2003
Hoy martes, en los diarios argentinos, deslumbró una mala noticia: murió Félix Loustau, ex-jugador de River Plate. Para no perfumar demasiado, digamos que su apellido es la quinta palabra de un poema memorizado por septuagenarios:
Muñoz Moreno Pedernera Labruna Loustau.
Es la línea delantera del River Plate de la década 1950, apodada La Máquina, adjetivo que ilustra pero igualmente distorsiona.
En las grandes prensas de papel actuales, se degollan resmas con una delgada hoja de acero que mide el papel en nanomilésimas y ejecuta un solo tajo silencioso, cuando en el pasado se utilizó una guillotina de 700 kilos que maltrataba las orillas y de vez en cuando cobraba un dedo a sus operadores. Ambas cortan el papel. En su día, las dos fueron La máquina.
Llamarle Máquina a un equipo de fútbol, en el contexto de los sistemas defensivos vigentes y el tono de minusvalía post-industrial de mitad de siglo en América Latina, es casi un chiste. Pero vale. El mundo del deporte es pésimo asignando metáforas.
Si en verdad aquel River fue la maravilla y sus cinco delanteros -formación que se considera extinta pero que podemos ver en los equipos de Guus Hidink, el Manchester United de Alex Fergusson y el mejor Atlas de Ricardo Lavolpe (1999)-, si eran tan generosos y flexibles, nos queda todo menos máquina. Mejor una imagen de fertilidad y apego: El azadón o La huérfana. En el mismo tren de ideas, la selección de Holanda de 1974 conocida como Naranja Mecánica, a la que he visto en 5 ó 6 partidos y cada vez me deja el iris tembloroso, será Naranja Dinámica por decir lo menos.
Descanse en paz Loustau, pero jamás lo vi jugar. Ni al River Plate de su generación. Es más, a ningún equipo de los años cincuenta y vivo sin ningún problema. Las enfermizas Épocas de Oro, al diablo con ellas. Lejos de estimular a las nuevas generaciones como un parámetro de medición, hacen más de ancla, de nudo nostálgico.
Cuando Ronaldo anotó el segundo gol en la final de Japón Corea 2002, empatando a Pelé con 12 goles, fui el primero en celebrarlo. Wow, vivir para contarlo: tumbar el mito de Pelé, el estándar fundamental de un gremio que arrastra -como el pop- deudas insalvables con los años 60 y 70.
Pelé, inmaculado e intocable, por un lado, adorna las videotecas de colección del fútbol de Brasil -que son desgraciadamente pocas- pero ha sido un freno anímico para miles de futbolistas brasileños, menos dotados que él y por ello condenados a una proyección de segunda.
Así llega Ronaldo y lo empata, eso es innovación. Con un poco de salud -Ronaldo necesita poca salud para rendir, que ya me gustaría decir lo mismo- en 2006 el dientón delantero borrará de la memoria otro número mágico, el 14, cantidad máxima de goles, patente de otro arcángel, Gerd Muller.
Para dejar en claro: en el blog de Mr Phuy, Pelé será un blanco constante (cursivas para no herir susceptibilidades). Me parece el mejor futbolsita de todos, pero no el más importante. Para eso está Johann Cruyff, rompiendo esquemas y abriendo campos de reflexión y pensamiento, más cerebral y propositivo que ningún otro. Garincha un milagroso pillo. Zico lo más cool. Maradona la excepción perfecta. Franco Baresi, Roberto Carlos y Hugo Sánchez como los mejores especialistas en su puesto, sin competidor a la vista.
Bravísimo al jovencito Pelé, que llegó como un respiro cuando el fútbol se inclinaba hacia el poder tenebroso de la Europa Oriental y de Italia en su versión cochina, una dura llamada de atención de Brasil y Sudamérica al fútbol organizado no Europeo. Pero Maradona es la Contrarreforma, imagen que me encanta por provocativa y fértil. Con ese aire de ponzoña y fantasía -ni hablar de su calidad futbolística- Maradona ayudó a bien morir al modelo de futbolista impecable que proponían Pelé y Beckenbauer, ganador, caballeroso y amigo de los niños.
El fútbol de hoy es un bosquejo delicioso, pero aún lejano del ser acabado que vendrá. Sufrirá convulsiones y dentro de poco -treinta años- mutará en algo distinto y mejor, gracias a la estela maravillosa del ramo femenil y al maremoto que se viene de Oriente cuando Japón, Corea, India, China y los Archipiélagos de Indonesia diga agua va. Unos que nacen y otros morirán. Ese fútbol me convierte.
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Comentarios:
mr_phuy@mail.com
Muñoz Moreno Pedernera Labruna Loustau.
Es la línea delantera del River Plate de la década 1950, apodada La Máquina, adjetivo que ilustra pero igualmente distorsiona.
En las grandes prensas de papel actuales, se degollan resmas con una delgada hoja de acero que mide el papel en nanomilésimas y ejecuta un solo tajo silencioso, cuando en el pasado se utilizó una guillotina de 700 kilos que maltrataba las orillas y de vez en cuando cobraba un dedo a sus operadores. Ambas cortan el papel. En su día, las dos fueron La máquina.
Llamarle Máquina a un equipo de fútbol, en el contexto de los sistemas defensivos vigentes y el tono de minusvalía post-industrial de mitad de siglo en América Latina, es casi un chiste. Pero vale. El mundo del deporte es pésimo asignando metáforas.
Si en verdad aquel River fue la maravilla y sus cinco delanteros -formación que se considera extinta pero que podemos ver en los equipos de Guus Hidink, el Manchester United de Alex Fergusson y el mejor Atlas de Ricardo Lavolpe (1999)-, si eran tan generosos y flexibles, nos queda todo menos máquina. Mejor una imagen de fertilidad y apego: El azadón o La huérfana. En el mismo tren de ideas, la selección de Holanda de 1974 conocida como Naranja Mecánica, a la que he visto en 5 ó 6 partidos y cada vez me deja el iris tembloroso, será Naranja Dinámica por decir lo menos.
Descanse en paz Loustau, pero jamás lo vi jugar. Ni al River Plate de su generación. Es más, a ningún equipo de los años cincuenta y vivo sin ningún problema. Las enfermizas Épocas de Oro, al diablo con ellas. Lejos de estimular a las nuevas generaciones como un parámetro de medición, hacen más de ancla, de nudo nostálgico.
Cuando Ronaldo anotó el segundo gol en la final de Japón Corea 2002, empatando a Pelé con 12 goles, fui el primero en celebrarlo. Wow, vivir para contarlo: tumbar el mito de Pelé, el estándar fundamental de un gremio que arrastra -como el pop- deudas insalvables con los años 60 y 70.
Pelé, inmaculado e intocable, por un lado, adorna las videotecas de colección del fútbol de Brasil -que son desgraciadamente pocas- pero ha sido un freno anímico para miles de futbolistas brasileños, menos dotados que él y por ello condenados a una proyección de segunda.
Así llega Ronaldo y lo empata, eso es innovación. Con un poco de salud -Ronaldo necesita poca salud para rendir, que ya me gustaría decir lo mismo- en 2006 el dientón delantero borrará de la memoria otro número mágico, el 14, cantidad máxima de goles, patente de otro arcángel, Gerd Muller.
Para dejar en claro: en el blog de Mr Phuy, Pelé será un blanco constante (cursivas para no herir susceptibilidades). Me parece el mejor futbolsita de todos, pero no el más importante. Para eso está Johann Cruyff, rompiendo esquemas y abriendo campos de reflexión y pensamiento, más cerebral y propositivo que ningún otro. Garincha un milagroso pillo. Zico lo más cool. Maradona la excepción perfecta. Franco Baresi, Roberto Carlos y Hugo Sánchez como los mejores especialistas en su puesto, sin competidor a la vista.
Bravísimo al jovencito Pelé, que llegó como un respiro cuando el fútbol se inclinaba hacia el poder tenebroso de la Europa Oriental y de Italia en su versión cochina, una dura llamada de atención de Brasil y Sudamérica al fútbol organizado no Europeo. Pero Maradona es la Contrarreforma, imagen que me encanta por provocativa y fértil. Con ese aire de ponzoña y fantasía -ni hablar de su calidad futbolística- Maradona ayudó a bien morir al modelo de futbolista impecable que proponían Pelé y Beckenbauer, ganador, caballeroso y amigo de los niños.
El fútbol de hoy es un bosquejo delicioso, pero aún lejano del ser acabado que vendrá. Sufrirá convulsiones y dentro de poco -treinta años- mutará en algo distinto y mejor, gracias a la estela maravillosa del ramo femenil y al maremoto que se viene de Oriente cuando Japón, Corea, India, China y los Archipiélagos de Indonesia diga agua va. Unos que nacen y otros morirán. Ese fútbol me convierte.
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mr_phuy@mail.com